Lula presidente: ahora empieza lo m�s dif�cil
Por Carlos Malamud (*)
[30 de Octubre de 2002]En la madrugada del lunes 28 de octubre, con el 99,7% de las
urnas ya escrutadas, Luiz Inácio Lula da Silva, el
candidato del Partido de los Trabajadores, había obtenido
el 61,29% de los votos válidos, lo que le convertía
matemáticamente en el nuevo presidente de Brasil, mientras
que su rival José Serra, del Partido Social
Demócrata de Brasil (PSDB), obtenía el 38,71% de
los sufragios. A la vista de estos resultados los titulares de la
prensa escrita a lo largo y ancho del mundo eran más o
menos similares: "Giro a la izquierda en Brasil" y "Avalancha de
votos a favor de Lula". Sin restar un ápice de legitimidad
a esta auténtica y clara victoria electoral sería
bueno reflexionar un minuto sobre la veracidad de ambos
titulares.
En primer lugar, en lo que se refiere al giro a la izquierda
habría que señalar que este titular se hubiera
producido cualquiera que hubiera sido el ganador de la
elección, incluido al oficialista José Serra y los
dos grandes derrotados de la primera vuelta, Anthony Garotinho y
Ciro Gomes. Todos ellos, comenzando por el propio Lula estaban a
la izquierda del actual presidente Fernando Enrique Cardoso, y
todos ellos apostaban por un mensaje mucho más claro y
contundente en lo que a problemas sociales se refiere. De este
modo, y para reforzar la idea de ruptura con el pasado, todos
habían minimizado los grandes logros obtenidos por el
actual gobierno a lo largo de sus ocho años de mandato. De
cara a los debates de la actual elección, muchos analistas
habían insistido en la gran semejanza de los programas
electorales de Lula y de Serra.
En esta segunda vuelta Lula obtuvo más de 52.700.000
votos, bastantes más que los 46 millones recibidos tres
semanas atrás. Sin embargo no se debe olvidar que la suma
de los sufragios conquistados por Lula, Garotinho y Gomes en la
primera vuelta fue del 76% de los sufragios y que, a diferencia
de lo que ocurre en elecciones muy reñidas, las segundas
vueltas se prestan a resultados de este tipo. En ese sentido, hay
que tener presente que con sus 91 diputados (de 513) y 14
senadores (de 81) el PT es la principal fuerza política
del Congreso y la tercera del Senado, pero que aún
así carece de la mayoría necesaria para gobernar un
país tan complejo como Brasil. Por eso, si Lula quiere
avanzar en la gobernabilidad de su país deberá
esmerarse en su política de alianzas, teniendo presente
que necesitará negociar con los distintos partidos de la
oposición cada uno de los proyectos legislativos que
quiera (o necesite) aprobar. La posibilidad de una mayor
cooperación entre el PT y el gobernante PSDB
comenzó a sonar con mayor insistencia el fin de semana
pasado en los cenáculos políticos
brasileños. A la vista de la falta de mayoría del
futuro oficialismo, sin duda alguna, buena parte del debate
público estará centrado en la agenda parlamentaria,
que de modo inmediato deberá hacer frente a cuestiones
centrales como la aprobación de los presupuestos de 2003,
la modificación constitucional para dar autonomía
al Banco Central y la reforma del sistema de pensiones de los
empleados públicos.
Lo que sí es indudable es que el triunfo de Lula
tendrá efectos sobre el resto de la izquierda
latinoamericana, y en este punto la gran duda que se
repetirá en muchos países es si los partidos de
izquierda que pugnan por alcanzar el poder serán capaces
de repetir el gran esfuerzo de moderación hecho por el PT
para ganar la elección. Visto lo visto en la
campaña, es indudable que cualquier comparación
entre Lula y el coronel Gutiérrez, el militar golpista
ecuatoriano definido por muchos observadores como un populista de
izquierdas y por su rival, el empresario Noboa, como un
comunista, es una auténtica exageración. No hay
dudas de que Lula y los suyos han aprendido mucho en los
últimos años y que se han dado cuenta de que sin el
voto del centro su victoria hubiera sido imposible. Es de desear
que este viraje sea real y no se quede en lo meramente
declarativo. Todavía buena parte de la izquierda
latinoamericana debe completar su giro hacia la realidad y la
socialdemocracia.
Cuando el PT nació, en 1980, se definió como un
partido de clase que representaría a los asalariados
contra los patrones. Su manifiesto de ese año, cuando la
apuesta era por el socialismo, decía que el PT
lucharía por "una sociedad igualitaria, sin explotadores
ni explotados". En la primera campaña electoral del
partido, en 1982, cuando Lula aspiraba a ser gobernador de
Sâo Paulo, los eslóganes partidarios (el PT
concurría a los comicios con el número tres) eran:
"Vote al tres porque el resto es burgués" y "Trabajador
vota al trabajador". En esta línea de ruptura
revolucionaria, el PT abogaba por "la estatización del
sistema bancario y financiero" (1986) y por "la
estatización de los servicios de transporte colectivo"
(1987). Sin embargo, este radicalismo comenzó a pulirse en
la medida que el PT comenzó a ganar elecciones y le
llegó la hora de gobernar. Puesto en la tesitura de asumir
responsabilidades a algunos cargos del PT le comenzaron a pasar
cosas que antes, como oposición, denunciaban
sistemáticamente, como prueban numerosos cargos de
corrupción en sus propias filas.
Después de sus fracasos en la prefectura de Fortaleza
(1985) y en la ciudad de Sâo Paulo (1988), donde fue
elegida Luiza Erundina, se impuso el realismo, como
ocurrió en Porto Alegre, cuyo ayuntamiento fue conquistado
por el PT en 1988 (desde entonces lo sigue gobernando de forma
ininterrumpida). Quizá uno de los experimentos más
notables se haya vivido en el estado de Mato Grosso do Sul, donde
el gobernador Zeca do PT, impuso una rígida disciplina
fiscal para sacar a su estado adelante. Tanto rigor por la
contención del gasto le fue recompensado por sus
ciudadanos que lo reeligieron ayer, en la segunda vuelta, por un
nuevo período de cuatro años. En la actualidad, el
PT gobierna en 186 municipios, incluidas siete capitales
estaduales, y hasta la actual elección en cinco estados,
que tienen una población de 27 millones de habitantes.
A mediados de la década de los noventa (caída
del muro de Berlín mediante) el Partido de los
Trabajadores comenzó a moderar su discurso socializante y
revolucionario y apostó más claramente por los
valores democráticos, en un giro que lo aproximaba a los
partidos social demócratas europeos. Esta situación
provocó una ruptura con el MST (Movimento dos
Trabalhadores Rurais Sem Terra), que tanto lo había
apoyado en años anteriores y que, debido a su radical
política de ocupación de fondos rurales, tanto
temor provocaba en las clases medias brasileñas. En un
mensaje bastante apocalíptico, el líder de los Sin
Tierra, João Pedro Stédile, manifestó que
"Si Lula trata de engañar al pueblo, acabará como
De la Rúa". Es obvio que semejantes manifestaciones son la
muestra de que uno de los principales problemas que deberá
afrontar Lula como presidente será el de la
moderación de sus propias filas, ya que algunos sectores
del partido todavía no han hecho el ejercicio realizado
por una parte importante de la cúpula de abandonar el
mensaje, y las actitudes, revolucionarias. Pese a todo, no hay
que olvidar que uno de los objetivos de Lula es un pacto social,
siguiendo, de alguna forma, el esquema de los pactos de La
Moncloa.
La agenda internacional de Lula
No se puede decir que la victoria de Lula haya sorprendido a
nadie y menos a la administración norteamericana, que
desde hace meses ya se había hecho a la idea de contar en
Brasilia con un presidente de izquierdas. Esta situación
explica la rápida reacción de George Bush, que fue
uno de los primeros en felicitar al nuevo presidente, lo que
contrasta con la actitud que tuvo con el canciller Schröder
algunas semanas atrás. Pese a lo difíciles que
siempre fueron las relaciones bilaterales entre Brasil y Estados
Unidos, y a la cerrada defensa que hizo el presidente Cardoso de
los intereses nacionales, éste siempre ha sido un buen
aliado de Washington y una persona en la que se podía
confiar, más allá de su cerrada defensa de los
intereses nacionales de su país.
Los interrogantes actuales son numerosos, aunque más
allá del discurso anti-norteamericano utilizado por Lula
durante su campaña, buena parte de los analistas insisten
en el hecho de que la realidad y la sensatez se impondrán
y que el nuevo gobierno que se instale en Brasilia forzosamente
deberá llegar a un statu quo de cierta normalidad con
Washington. A nadie se le escapa que el ALCA dominará la
agenda. En este sentido, la postura oficial de Brasil, antes y
después de Lula, era la necesidad de que Estados Unidos
elimine las barreras para-arancelarias que impiden la entrada a
los mercados norteamericanos de más de 500 productos
brasileños. Para ello, Lula ha apostado de una manera
clara por un relanzamiento del Mercosur, para negociar en mejores
condiciones la conformación de una gran área de
libre comercio de las Américas. Sin embargo, hay que tener
presente que otra opción es la potenciación de
otros acuerdos comerciales, como por ejemplo el que
vincularía a la Unión Europea (UE) con el Mercosur,
aunque el toque nacionalista que Lula pueda imprimir a su
política exterior lo lleve a recostarse en China y Rusia o
algún otro de los nuevos mercados. En un artículo
reciente el nuevo presidente desempolvó del baúl de
los recuerdos la vieja apuesta de la diplomacia brasileña
por el África subsahariana al recordar que Brasil es el
segundo país del mundo en lo que respecta a
población negra.
Con ser importante, el ALCA no será el único
punto de la agenda. Colombia y Venezuela pueden ser dos focos de
conflicto con Estados Unidos. La conocida oposición
brasileña al Plan Colombia y a una regionalización
del conflicto colombiano probablemente se acentuará con la
nueva administración. En este sentido, será muy
esclarecedora la postura que mantendrá Brasil en la
Conferencia Especial de Seguridad para revisar la
situación del Hemisferio Occidental a la vista de los
cambios estratégicos producidos en el mundo que
deberá celebrarse en mayo próximo en México.
Ante las repetidas denuncias sobre la conformación de un
eje Lula-Chávez-Castro, es lógico pensar que las
relaciones que mantenga con la república bolivariana
serán escrutadas con lupa. Sin embargo, vale la pena
insistir en que la mayor parte de los analistas brasileños
descartan una convergencia de este tipo, al menos en los primeros
años de su gobierno.
Más allá de otras prioridades, Argentina
será el primer destino del presidente electo y esto por
varios motivos, comenzando por el ya señalado intento de
reforzar al Mercosur. En este sentido, Lula apuesta por crear
instituciones políticas y económicas comunes al
bloque regional, siguiendo, de alguna manera, el modelo de la UE.
Este proyecto podría recibir un golpe mortal en caso de
que Carlos Menem gane las próximas elecciones
presidenciales en Argentina. Menem, uno de los impulsores del
Mercosur en su momento, es hoy uno de sus mayores detractores y
su apuesta pasa por un reforzamiento de las relaciones con
Estados Unidos. Uno de los candidatos para ocupar la cartera de
Exteriores es Rubens Ricúpero, ex ministro de Hacienda y
actual secretario general de la Conferencia de Naciones Unidas
sobre Comercio y Desarrollo, que posiblemente tenga un perfil
mucho más duro que el actual ministro Celso Lafer. El
temor argentino frente a la nueva administración pasa por
una posible profundización de la política
industrialista de Cardoso, que implique mayores subsidios a las
pequeñas y medianas empresas. En esta línea,
Itamaratí (el Ministerio de Exteriores) ya está
negociando con la India para presentar una propuesta conjunta con
el fin de que se permita a los gobiernos otorgar subsidios a sus
empresas cuando éstas generen empleo y crecimiento
económico.
En lo que respecta a los intereses españoles, en la
medida que el futuro gobierno de Lula mantenga la tónica
general de moderación que se comenta, nada indica que
éstos se puedan ver afectados. La línea de
continuidad, garantizada de alguna manera por la presencia del
nuevo vicepresidente, el empresario y multimillonario José
Alencar, del Partido Liberal, debería presidir el
diálogo entre el capital y el trabajo, incluidas
evidentemente las inversiones de capital extranjero. Pero sin
duda, y ésta es la información que están
esperando los mercados para dar o no un mayor margen al nuevo
gobierno, será la composición del equipo de
transición que designe Lula para negociar el traspaso de
poderes con la actual administración. Ello será un
buen indicio para observar el derrotero de las relaciones con el
Fondo Monetario Internacional.
Conclusiones
Las elecciones de Brasil han mostrado la madurez
democrática del país, que ha asumido la alternancia
de un modo responsable y sereno. Todo hace indicar que la
transición entre el actual y el nuevo gobierno va a ser
modélica y de momento todas son flores entre el presidente
Cardoso y el ya presidente en funciones Lula da Silva. Sin
embargo, más allá de lo formal, la gestión
de la nueva administración mantiene numerosas
incertidumbres, que afectan a todos los frentes de la futura
gestión. El modo y la forma en que se vayan disipando
estas incertidumbres nos darán bastantes pistas sobre el
futuro de Brasil en los próximos años.
(*) Este análisis fue elaborado en el marco de los
documentos de trabajo de Real Instituto Elcano (www.realinstitutoelcano.org)
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