Documentos de trabajo
- �ndice
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- Introducci�n
- Contexto del a�o electoral 2002
- An�lisis de los procesos electorales 2002
- Conclusiones
- Bibliograf�a
Am�rica Latina: Balance Electoral 2002
Por Daniel Zovatto y Julio Burdman1
CONTEXTO DEL A�O ELECTORAL 2002
a) Contexto socio-económico
Los datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), indican que América Latina se encuentra en uno de sus periodos más críticos de las últimas décadas. Aunque algunas economías presentaron un crecimiento moderado, ningún país ha escapado a la situación de lento crecimiento y al menos cinco economías sufren una fase recesiva. El ingreso per cápita latinoamericano es menor que hace cinco años, el consumo está estancado y la inversión ha caído a su punto más bajo en los últimos diez años. Tras casi media década de restricciones financieras externas y bajo crecimiento interno, en la mayoría de los países ha desaparecido todo margen de maniobra para enfrentar los efectos del ciclo6 .
En el 2002, según datos de la CEPAL, el desempeño económico de América Latina en 2002 sufrió una caída de 0.5%. Con ello el crecimiento por habitante fue negativo (-1.9%) por segundo año consecutivo. Las economías más afectadas fueron Argentina, Uruguay y Venezuela, mientras que el resto mostró un estancamiento del PIB por habitante. Con este resultado, la región acumula media década de bajo crecimiento (-0.3% de crecimiento promedio anual del PIB per per a partir de 1998.) Esta evolución negativa ha estado marcada por múltiples factores, en particular por el contexto económico internacional: el deterioro de los términos de intercambio para la región en su conjunto, la creciente cautela de los inversionistas internacionales y las ramificaciones de la crisis económica argentina. Puesto que prácticamente ningún país logró un crecimiento elevado, se afirma que, por vez primera en más de una década, la región registró una situación de estancamiento generalizado7 . Como bien señala el balance económico realizado por la CEPAL, lo que más se destaca de la política económica del 2002 es que se confirma la pérdida de grados de libertad de las autoridades para manejar la coyuntura económica. En parte, la menor autonomía de la política económica se debe al cuadro externo más restrictivo, aunque también responde a los desequilibrios acumulados en los años de mayor holgura8 .
b) En lo social
Debido a las condiciones de estancamiento predominantes en América Latina, el mercado laboral se ha debilitado, estimándose que la tasa media de desempleo durante 2002 se elevó a 9.1%, casi un punto porcentual más que en los dos últimos años. En Argentina, Colombia, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, la tasa de desempleo fue superior al 15%. El problema del desempleo repercute en los niveles de pobreza. Según datos de la CEPAL, la incidencia de la pobreza se elevó a 43% en 2001, y la pobreza extrema se incrementó a 18.6%. Respecto a 2002, aunque las estimaciones son preliminares, se estima que la incidencia de la pobreza se elevó a 44% y que la pobreza extrema pudo llegar al 20%. Ciertos países -entre ellos Argentina, Paraguay, Uruguay y Venezuela-, presentaron una importante exacerbación de la pobreza9 .
c) La opinión de la ciudadanía.
A la incertidumbre económica, se suma el creciente descontento popular en varios países, reflejado principalmente en el repudio de la política y de quienes la representan institucionalmente. Estas actitudes y percepciones se reflejan en las encuestas de opinión y en la participación política de la ciudadanía. Los datos del Latinobarómetro de 2002 reflejan este desencanto creciente. A pesar de que un 56% de los latinoamericanos manifiestan apoyar a la democracia como sistema de gobierno, el nivel de satisfacción con su desempeño es muy bajo. Las cifras muestran que alrededor del 60% de quienes respondieron al sondeo pueden denominarse como "demócratas insatisfechos", ya que si bien prefieren la democracia, están disgustados con la labor de sus gobiernos e instituciones. En contraste, apenas un 33% de las personas encuestadas se califican como "demócratas satisfechas", es decir, adhieren el ideal de la democracia y a la vez consideran que los sistemas democráticos de sus países se desempeñan razonablemente bien. Es importante destacar que el sondeo del 2002 muestra que los porcentajes en relación con la indiferencia entre un régimen democrático y uno autoritario no son significativamente altos (18%), sin embargo hay que atender al hecho de que un 50% afirmó que no le importaría que un gobierno no democrático llegara al poder mientras éste resuelva los problemas económicos y de trabajo a todos.
Al valorar la confianza en las instituciones, el congreso y los partidos políticos son los que han perdido más la confianza de la ciudadanía en los últimos cinco años, pasando el congreso de un 36% en 1997 a un 23% en el 2002, y los partidos políticos de un 28% en 1997 a un 14% en el 2002. Pese al apoyo generalizado al ideal democrático y al rechazo de las alternativas autoritarias, la mayoría de los ciudadanos están desilusionados con el desempeño del sistema en sus países. Ni los gobiernos ni, en un sentido más amplio, los procesos democráticos, han llenado sus expectativas con respecto a la producción de bienes y a la solución de problemas sociales, ni tampoco en términos de los procesos de la función pública. Si bien este malestar es relativamente generalizado, sus consecuencias políticas difieren de país a país.
En algunos países las encuestas de opinión sugieren una cierta nostalgia por un liderazgo fuerte, lo cual ha ayudado a llevar al poder (en el ámbito nacional y subnacional) a líderes que intentaron acceder al mismo mediante golpes de estado, ex-generales del ejército o líderes con una trayectoria en regímenes más restrictivos, sino más bien opresivos. En otros casos, el malestar ha lanzado al poder a desconocidos de la arena política (outsiders) cuyos nexos con los partidos tradicionales eran débiles o inexistentes, o habían sido líderes de los partidos en otro momento para luego distanciarse. En muchos casos, su discurso político adquirió una clara orientación populista10 y "antipartidaria" y se reforzó la tendencia hacia una forma más personalista de representación. Tanto este "nuevo personalismo" como el fenómeno outsider sustituyen de alguna manera lo que antes fuera una solución abiertamente autoritaria, y su avance en los próximos años podría resultar en un daño a las instituciones democráticas y en un impulso a la "deconstrucción"11 . Las elecciones de 2002 muestran el avance de estas tendencias en casos tan disímiles como los de Lucio Gutiérrez, en Ecuador, �lvaro Uribe en Colombia, y el crecimiento de terceras fuerzas políticas en Costa Rica o Bolivia.
En algunos países el sistema de partidos se encuentra debilitado y la credibilidad del Congreso, de otras instituciones democráticas y de los políticos -grupal o individualmente considerados-, se ha erosionado. En algunos casos esto ha llevado a la virtual desaparición de partidos políticos de larga trayectoria, y ha dificultado a las instituciones representativas tradicionales el desempeño efectivo de sus funciones. Una consecuencia de esta evolución es que la competencia democrática tiende a volverse más incierta y tensa, la representación más personalista y la rendición de cuentas entre políticos y electores más débil. En algunos casos la pérdida de credibilidad en los funcionarios elegidos, en los partidos políticos y en los congresos, ha debilitado la capacidad del Estado de dar una respuesta efectiva a los problemas económicos y sociales, debido a la fragilidad de la confianza ciudadana en la integridad y sensatez de cualquier tipo de acción que emprendan.
A pesar del bajo nivel de confianza en los partidos o en los congresos, un 52% de los latinoamericanos opinó que no puede existir la democracia sin estas dos instituciones. Esta cifra no difiere mucho de la registrada en años anteriores (50% en 2001 y 57% en 1999-2000). Este comportamiento valida la tesis de algunos sectores académicos en el sentido de que, a pesar de la hostil percepción de los electores sobre los partidos y sus élites, estos aún son reconocidos como referentes para hacer operativo el sistema político12 . En síntesis, y a la luz de los datos de 2002, se observa que la gente está aprendiendo a distinguir entre el apoyo a la democracia como sistema, por un lado, y el apoyo a los actores, por el otro. Es con éstos, con las élites políticas, con quienes la mayoría de los ciudadanos no está conforme. Como apunta Marta Lagos, la gente no quiere perder la democracia sino deshacerse de los malos gobernantes. Lo que está en el centro de la cuestión son las élites y su desempeño, ya que éstas han creado grandes expectativas a las cuales hasta ahora no han sabido dar respuesta eficaz13 . Pareciera que hay un proceso de maduración y de aprendizaje en el cual los ciudadanos apoyan las estructuras democráticas y, dependiendo de su labor, aprueban o desaprueban a las élites gobernantes.