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Biblioteca: Los partidos pol�ticos en Am�rica Latina
Por Manuel Alc�ntara S�ez y Flavia Freidenberg INDICE

IV. Tres características sistémicas de los partidos en América Latina al final del siglo XX

El largo listado de variables presentes, de acuerdo con el enunciado del párrafo anterior, requeriría de un tratamiento ajeno al interés de las presentes páginas que se centra en la búsqueda de un diagnóstico más sencillo sobre la base de identificar cuáles, de entre las citadas, estuvieron en el vértice del cambio y llegaron a generar el estado actual de las cosas. Tres aparecen como las de mayor fuerza explicativa por su capacidad de integrar a las restantes. Se trata del formato numérico del sistema de partidos, su polarización ideológica, y del apoyo social que reciben. Todas ellas conforman una propuesta que gira en torno a no diferenciar el problema, en el ámbito del estudio de los partidos, en dos dimensiones: la referida a los sistemas de partidos y la atinente a la vida interna de los partidos mismos, algo ya tradicional en los análisis politológicos que conceden siempre más atención al primer aspecto que al segundo, eso si, aceptando no perder de vista la retroactividad de ambas dimensiones 6.


a) El formato numérico de los sistemas de partidos

Una cuestión relevante se refiere al formato numérico de los sistemas de partidos que intenta proyectar la cuantificación de los mismos en el sistema político. Si se toma el Poder Legislativo como ámbito primordial de la competencia política una vez dirimida la contienda electoral y se analiza el número de partidos allí existentes realizando una relativa ponderación en función de su peso diferente (esto es lo que viene a ser el concepto de número efectivo de partidos 7 ) se constata que América Latina tiende al multipartidismo. El cuadro II, que resume los valores medios del número efectivo de partidos para la década de 1990, indica que apenas un número muy reducido de países se acerca al bipartidismo puro que traduce con más simpleza la lógica gobierno-oposición (Costa Rica, Honduras y Paraguay). Por el contrario, todos los demás países están inmersos en una situación cuyo alto número de partidos conlleva habitualmente dos cosas: una rotación más variopinta a la hora de alcanzar éxitos electorales y la necesidad de conformar acuerdos amplios que lleven a gobiernos de coalición, circunstancia que sucede fundamentalmente en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Uruguay.

En algún momento se ha señalado lo negativo de un exceso de ofertas partidistas para la gobernabilidad en la medida en que se confunde al electorado que puede llegar a tener dificultades para diferenciarlas y en la propensión a hacer más complicada la existencia de mayorías sólidas, claras y estables. Sin embargo, tanto la tradición electoral de incorporar la representación proporcional en los comicios legislativos como la propia heterogeneidad de las sociedades latinoamericanas reflejan una situación distinta a ese supuesto ideal.

Cuadro II: Medias del n�mero efectivo de partidos legislativos
PAIS Primera mitad de la d�cada de 1990 Durante la d�cada de 1990
Bolivia 4,1 4,4
Brasil 8,5 7,3
Colombia 2,2 2,9
Costa Rica 2,2 2,3
Chile 5,1 5,1
Ecuador 6,6 5,3
El Salvador 3,0 3,3
Guatemala 3,5 3,2
Honduras 2,0 2,1
M�xico 2,2 2,4
Nicaragua 2,0 3,3
Panam� 4,3 3,8
Paraguay 2,2 2,0
Per� 4,3 3,3
R.Dominicana 2,8 2,9
Uruguay 3,3 3,2
Venezuela 3,7 4,9
Total regional 3,7 3,6
* Datos de la primera mitad de la d�cada tomados de Manuel Alc�ntara "Elecciones, Electores y Partidos en Am�rica Latina en la d�cada de 1990", en Am�rica Latina Hoy 13 (mayo) : 7-16 (Madrid y Salamanca: SEPLA-Instituto de Estudios de Iberoam�rica y Portugal).
Fuente: Elaboraci�n propia.

b) La polarización ideológica de los partidos políticos latinoamericanos

Esta heterogeidad de las sociedades latinoamericanas recién citada se expresa en una polarización ideológica 8relativamente alta entre los partidos políticos presentes en el Poder Legislativo más alejados en la escala izquierda-derecha. De acuerdo con el contenido del Cuadro III, la media latinoamericana de la polarización ideológica, según la escala de autopercepción, se sitúa en 2,5 puntos y la llevada a cabo de conformidad con la escala de percepción de los otros se establece en 4,8 puntos. Ambas dejan espacio para la inclusión de fórmulas partidistas intermedias, siendo este propio grado de polarización un aliciente para la inclusión de las mismas.

Cuadro III: Distancias en la polarizaci�n ideol�gica entre los partidos parlamentarios m�s extremos
Argentina FREPASO-PJ 1,6 (3,2)
Bolivia CONDEPA-AND 3,6 (4,0)
Colombia PL-PC 1,8 (2,0)
Costa Rica PLN-PUSC - (3,2)
Chile PS-UDI 3,8 (6,3)
Ecuador PACHAKUTIK-PSC 3,4 (3,9)
El Salvador FMLN-ARENA - (8,2)
Guatemala MLN-FDNG - (6,5)
Honduras PL-PN - (2,6)
M�xico PRD-PAN 3,1 (6,2)
Nicaragua FSLN-AL - (6,8)
Paraguay PEN-ANR 1,9 (1,8)
Per� CAMBIO90-APRA 2,1 (4,2)
R. Dominicana PLD-PRSC 2,0 (2,7)
Uruguay FA-PN 2,7 (4,8)
Venezuela MAS-COPEI 2,0 (3,1)
Media regional   2,5 (4,8)
La polarizaci�n se mide en una escala en la que 1 es izquierda y 10 derecha de acuerdo con la resta de los valores medios de los partidos que se sit�an en el extremo ideol�gico del arco parlamentario.
Sin par�ntesis son las distancias entre autopercepciones, en par�ntesis son distancias de percepciones de los otros.
Fuente: Manuel Alc�ntara (dir.). Proyecto de Elites Latinoamericanas (PELA). Universidad de Salamanca (1994-2000).

Como se indicaba en el apartado anterior, una excesiva polarización ideológica suele ser interpretada como una situación que aboca a una cercana ruptura del sistema político. El grado de polarización permite presuponer la predisposición de la elite política para consensuar políticas que favorezcan la acción de gobierno (fórmulas de consenso) o, por el contrario, que dificulten la acción gubernamental (disenso). La polarización está vinculada con la gobernabilidad (Alcántara, 1995: 387) como también es una variable de gran contenido explicativo al momento de estudiar la estabilidad del sistema democrático, su eficacia, actividad y viabilidad (Sartori y Sani, 1976/1992). Sin embargo, los datos de polarización también pueden tener la lectura de que traduce una situación positiva en la que finalmente el sistema político ha sido capaz de llevar a cabo una función integradora. El Salvador, Nicaragua, Chile y México son los casos con un mayor grado de polarización. Los primeros reflejan la integración de la guerrilla en el sistema político bajo la forma de un partido. En Chile se proyecta la profunda división que durante el largo período autoritario sufrió su sociedad, mientras que en México se reflejan las tensiones previas al histórico cambio de julio de 2000.

Ahora bien, si en algunos países a pesar de los niveles de polarización la política comienza a encauzarse a través de espacios de competencia y diálogo democrático; en muchos otros la política parece ser un diálogo de sordos. Un ejemplo de ello parece ser Ecuador donde los estereotipos, cierta irresponsabilidad de las elites y la presencia de fracturas latentes (cleavages) que no han terminado de incorporarse en la comunidad nacional - como la regional y la étnica- llevan a un clima de tensión política constante. En estos casos, la polarización presiona hacia la ingobernabilidad del sistema político.

c) El apoyo social a los partidos políticos latinoamericanos

Vistos los dos apartados anteriores parecería que los partidos latinoamericanos gozan de buena salud. Sin embargo, los distintos analistas señalan como uno de sus principales problemas el rechazo que suscitan entre la población, la bajísima valoración que reciben, de acuerdo con los sondeos de opinión cuando se pregunta a la gente sobre diferentes instituciones y los partidos son valorados indefectiblemente en el último lugar. Esta circunstancia se ve reflejada también en el Cuadro IV y el Gráfico I que traduce que apenas el 21 por ciento de los latinoamericanos tiene mucha o alguna confianza en los partidos. Países como Venezuela, Ecuador, Argentina, Panamá y Perú son en los que sus ciudadanos manifiestan menor apoyo a los partidos mientras que en lugares como Costa Rica o México los partidos son mejor considerados.

Sin embargo, incluso esta valoración convencional sobre los partidos debe ser matizada. En primer lugar resulta sustancial tomar en cuenta otro tipo de respuestas masivas positivas a preguntas del tipo de "si puede funcionar el país sin políticos" (ver el Cuadro V y el Gráfico II) o a los propios valores de las cifras de participación electoral que tras décadas de sequía, manipulación electoral e incluso ausencia total de práctica electoral y pese a seguir existiendo todavía numerosos problemas técnicos en la administración electoral (censo, etc.), se sitúan claramente por encima del 60 por ciento de la población con edad de votar (ver el Cuadro VI y el Gráfico III). Si bien es cierto que debe tenerse en cuenta que en muchos países se establece el sufragio obligatorio, lo cual relativizaría este tipo de afirmación; también resulta correcto señalar que las penas por no participar no suelen ser efectivizadas por los poderes públicos. En Uruguay, Nicaragua, Argentina, Costa Rica y Bolivia los ciudadanos creen que el país no podría funcionar si partidos y este tipo de afirmaciones revaloriza el papel de estas instituciones. Algunos indicarán que esta afirmación responde a la ausencia de mecanismos alternativos a los partidos políticos en la tarea de representación ciudadana. Y es cierto, toda vez que hasta el momento salvo algunas excepciones 9 los partidos no han podido ser reemplazados a la hora de representar las demandas de los ciudadanos y en el ejercicio del gobierno. Por tanto, continúan siendo los vínculos entre régimen político y ciudadanos.

Los datos señalados, además, vienen a equipararse con los del Cuadro VII, según el cual, el 55 por ciento de los latinoamericanos piensa que el voto es un instrumento para cambiar las cosas de cara al futuro, porcentaje que vendría a coincidir con el de la media de la participación electoral. El voto en la mayoría de los países latinoamericanos continúa siendo el instrumento por medio del cual se eligen a los políticos y a través de ellos a los partidos. Las preferencias que se hacen por personas, como algunos militantes y dirigentes partidistas han señalado en diversas entrevistas realizadas 10, terminan convirtiéndose en apoyo a las estructuras partidistas.

En cualquier caso conviene analizar los datos por países para constatar las grandes diferencias existentes. Tres de los cinco países cuyos encuestados muestran en mayor grado que no tienen ninguna confianza en los partidos, Venezuela, Ecuador y Perú, son los que en 2000 afrontaban la mayor crisis política de toda la región. Como ya se mencionó, Venezuela y Perú refundaban sus canales de representación popular y Ecuador era víctima de una insólita espiral de inestabilidad política con cinco Presidentes en tres años. Estos países han experimentado profundas crisis político-partidistas, al punto de llegar a refundarse en el caso de Venezuela y Perú, el tipo de vínculos existentes entre los partidos y los ciudadanos. Asimismo, resulta interesante observar que precisamente es en esos países donde los ciudadanos creen en mayor porcentaje que su voto cuenta para cambiar las cosas en el futuro (Cuadro VII). Esta combinación de crisis, cambio partidista y optimismo en el acto de votar por parte de los ciudadanos muestra una interesante ambigüedad en la política de esos países. Precisamente, las cifras de valoración del voto en estos dos países de alto nivel de crisis partidistas coinciden con aquellos en los que se ha dado una tradicional estabilidad del sistema de partidos como Uruguay o Argentina. Estas valoraciones también se manifestaron en Paraguay, Nicaragua, Brasil y El Salvador. En tanto, países como Bolivia, Colombia, México o Guatemala se presentan como casos en que la población se divide en partes más o menos parejas en cuanto a la posibilidad de que el voto cambie las cosas en el futuro. Aún así, la participación electoral junto al voto continúan siendo instrumentos reconocidos y valorados del sistema político, lo que afianza todavía más la actuación de los partidos.

 
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