El MERCOSUR
El MERCOSUR
En lo que a desencanto se refiere, los argentinos se llevan la palma. De una forma algo exagerada, buena parte de la población pensaba a fines de 2000, antes de que se aprobara el famoso "blindaje", que el país estaba al borde del
abismo. Sin embargo, en este caso sería bueno recordar acontecimientos de un pasado más remoto, donde dificultades similares a las actuales eran agravadas por un golpe militar y la dictadura de turno. Hoy por hoy la democracia
está totalmente consolidada en Argentina, como prueba no sólo la alternancia entre peronistas y radicales en el gobierno de la Nación y de los estados provinciales, posible gracias a las elecciones de 1999, sino también la
importancia que la opinión pública otorga a los temas de corrupción política y económica, como el escándalo que salpicó al Senado de la Nación. Sin embargo, hay un serio peligro que puede
ensombrecer el futuro y al que es necesario dar cumplida respuesta: la debilidad creciente del sistema de partidos. Radicales y peronistas compiten por ver quien se distancia más de la sociedad, aunque ésta todavía no ha hecho
suyo el discurso antipartidos que sí ha calado en otras latitudes, siendo el caso más alarmante el de Venezuela.
Continuando en el Mercosur, Uruguay y Brasil, cada uno con sus peculiaridades, son dos de las democracias más estables de América del Sur. En ambos casos la posibilidad de futuros gobiernos de izquierda, el Frente Amplio (FA)
uruguayo y el Partido dos Trabalhadores (PT) de Lula en el Brasil, no son descartables, aunque las elecciones municipales dieron mensajes diferentes para uno y otro. En los dos casos un triunfo de la izquierda en unas elecciones presidenciales
sería una muestra de madurez de sus respectivos sistemas políticos. La contrapartida es el Paraguay, un país que todavía vive bajo la hegemonía del Partido Colorado, el mismo que respondía a las directrices
de Alfredo Stroessner, el longevo dictador de ese país. Todavía hoy, como ha demostrado el largo y prolongado culebrón del general Lino Oviedo, Paraguay no ha resuelto el problema de las relaciones cívico-militares. Pero
no sólo eso, ha debido hacer frente al asesinato de un vicepresidente y a la renuncia del primer mandatario. La vigencia de un muy estructurado sistema clientelar y la debilidad de la oposición son dos de los mayores problemas que debe
enfrentar la democracia paraguaya.
Los resultados de las elecciones municipales brasileñas de octubre pasado (la primera vuelta el 1º y el 29 la segunda), con la elección de más de 6.000 alcaldes, confirman un importante avance del PT que se ha impuesto en
17 de las 62 ciudades más importantes del país, como Sâo Paulo, Porto Alegre, Belo Horizonte, Campinas y Recife. El Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), del presidente Cardoso, conquistó 12 de las 62
grandes ciudades. En ellas, la izquierda ganó en el voto popular, pero en las ciudades más pequeñas el triunfo correspondió a los partidos de centro y de centro-derecha, que también se impusieron en Rio de Janeiro y
Curitiba. Mientras el PT obtuvo casi 15 millones de votos, el PSDB sólo logro 3.500.000. Contrastando con la alegría del PT destaca el mal desempeño del Partido del Frente Liberal (PFL), aliado del presidente Cardoso. El Partido
del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la mayor fuerza parlamentaria, conquistó 10 de las mayores ciudades. Pese a lo publicado en algunos medios españoles, las elecciones no supusieron un plebiscito en contra del
presidente Fernando Henrique Cardoso, al centrarse en los problemas locales, como la buena administración de los ayuntamientos y la seguridad pública. Este último es un tema de gran preocupación para todos los habitantes
de las grandes urbes, como muestran algunas encuestas recientemente publicadas en la prensa paulista. Prueba del peso de lo local es que aquellos alcaldes caracaterizados por su buena gestión, como Celso Taniguchi (Curitiba), Juraci
Magalhães (Fortaleza), Kátia Born (Maceió), Célio de Castro (Belo Horizonte), Zaire Resende (Uberlândia) y Jorge Silveira (Niterói), fueron reelectos. Estas elecciones se caracterizaron por su limpieza, e
inclusive han sido catalogadas como las más limpias de la historia de Brasil. El voto electrónico es un gran avance y redujo dramáticamente la posibilidad de fraude y de manipulación de los resultados durante el
escrutinio.
El importante avance electoral del PT hizo renacer la confianza y la ilusión en sus filas y sus máximos dirigentes ya se han puesto a pensar en la próxima elección presidencial (2002). De acuerdo a los recientes
resultados y a la conflictividad existente en algunos partidos, las posibilidades actuales del PT son considerables. Las nuevas expectativas han puesto en la agenda el tema de la candidatura presidencial para la que hay dos serios aspirantes: el
presidente de honor del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, y el senador Eduardo Sulplicy, el millonario marido de la nueva alcaldesa de Sâo Paulo (que reserva su candidatura para el 2006), que dice encarnar la línea
social-demócrata frente a la mayor radicalidad de Lula y la vieja guardia partidaria.
Los problemas del PT, si quiere ganar realmente las próximas elecciones presidenciales, no son pocos. No sólo debe resolver la cuestión del candidato, sino también su política de alianzas con otros sectores de la
izquierda, buscando al mismo tiempo el necesario respaldo de los votantes de centro. Simultáneamente debe hacer de la gestión de los municipios y estados que gobierna el mejor escaparate de su capacidad y eficacia política y
administrativa, resaltando sus logros en el combate contra la pobreza, la desigualdad y la corrupción. Algunos de estos problemas se pusieron de manifiesto en la Asamblea de Alcaldes electos celebrada a principios de noviembre en Brasilia. A
la misma acudieron los nuevos cargos municipales y la plana mayor del partido y allí surgieron claramente las dificultades que debe enfrentar un partido que ya es oficialismo en numerosos lugares y debe dejar de lado la alegría de la
oposición para hacerse cargo de la responsabilidad de la administración. Esto se puede observar de forma nítida en el estado de Mato Grosso do Sul, donde el gobernador del PT, José Orcírio (Zeca do PT), ha comenzado
a aplicar importantes medidas tendientes a recortar el déficit fiscal y el gasto público. Dentro de la política de gestos iniciada de cara a la actual carrera por la presidencia, el PT también ha confirmado su
separación del MST (Movimento dos Trabalhadores Sem Terra), una deriva que ya se había iniciado en 1995, pero que se ha acentuado en los últimos meses de un modo más categórico, debido al descrédito creciente
de un movimiento que se había presentado como la gran esperanza de la izquierda latinoamericana.
Los desafíos del PT en su legítima ambición de alcanzar la presidencia del Brasil son enormes. Para ello debe abandonar su discurso populista del pasado, clarificar sus alianzas con la izquierda radical, intentar ocupar el
centro izquierda en desmedro del partido del presidente, el PSDB, y clarificar su lenguaje. De ahí la importancia de las palabras de Zeca do PT, quien insiste en la necesidad de promover el ajuste fiscal, en cortar los gastos de un Estado
clientelista e ineficiente, aunque sea en perjuicio de los privilegios de algunas corporaciones. Y remacha su idea diciendo que aunque no hubiera la necesidad financiera de emprender esas reformas, existe la exigencia moral de hacerlo, ya que los
más perjudicados por la actual situación son los más pobres. Sin embargo, el viaje de Lula a Cuba, en noviembre pasado, ha hecho reaparecer los viejos fantasmas del pasado.
En Uruguay los vientos de la renovación no soplaron con todas las fuerzas que hubiera deseado el FA, ya que pese a la arrolladora victoria que obtuvo en Montevideo (un 58,6% de los votos), retrocedió en aquellos departamentos donde
se había impuesto en las elecciones presidenciales de 1999, como Maldonado, Canelones y Paysandú. La jornada tuvo dos grandes ganadores, el Partido Nacional y Mariano Arana, el alcalde de Montevideo que puede convertirse en una seria
alternativa al líder del FA, Tabaré Vázquez. El Partido Nacional se recuperó de su pobre desempeño en las anteriores presidenciales, ya que mantuvo 11 intendencias y le ganó otras dos (Rocha y Florida) al
dividido y gubernamental Partido Colorado, el gran derrotado en las urnas.
En Paraguay, el 13 de agosto se realizó una elección bastante singular para las costumbres latinoamericanas: la del vicepresidente. El resultado fue toda una sorpresa, al ser la primera derrota importante del Partido Colorado en los
53 años que lleva gobernando el país. El candidato del Partido Liberal Radical Auténtico, Julio César "Yoyito" Franco, con un 47,78% de los votos, se impuso por un escaso margen al colorado Félix Argaña, que
obtuvo un 46,98, algo menos de 10.000 sufragios de diferencia. En la derrota del partido gobernante se mezclaron numerosos ingredientes Si las elecciones fueron un plebiscito, como señalan algunos observadores, se castigó al gobierno de
Luis González Macchi, surgido tras el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña y la renuncia del ex presidente Raúl Cubas, pero también fue una cierta reivindicación del golpista Lino Oviedo, cuya
Unión Nacional de Colorados Éticos (Unace) respaldó al candidato triunfador. Al parecer, el apoyo se debió a que el candidato vencedor le prometió un juicio justo al general detenido en Brasilia a su regreso al
país. Con el triunfo opositor se abre un período de gran interés en la política paraguaya, ante la peculiar cohabitación existente. Es verdad que las competencias del vicepresidente son escasas para comprometer la
acción de gobierno, pero sin dudas incidirá en la legitimidad del mismo, ya que estamos en presencia de un vicepresidente elegido por el pueblo y un presidente, anterior presidente del Congreso, confirmado en cargo por la Corte Suprema
y que ha jurado en varias ocasiones que no abandonará el cargo hasta 2003.
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