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Por último tenemos el caso de México, con la llegada de Vicente Fox al poder. Con escaso rigor se ha comparado el relevo presidencial con la caída del muro de Berlín. Una y otra vez hemos oído que el 1 de
diciembre de 2000 se puso fin a 71 años de dominación del Partido de la Revolución Institucional (PRI). Pero el PRI recién fue creado en 1945, el 1 de septiembre de 1928 se fundó el Partido Nacional Revolucionario y
en 1938 el Partido de la Revolución Mexicana. Y si bien ambos son precedentes del PRI, los gobiernos existentes desde 1917, o desde 1928, no fueron gobiernos del PRI, sino de un régimen surgido de la Revolución Mexicana y esto es
lo que no se dice por cuanto cuestionaría gravemente los cimientos del propio régimen. Un régimen que fue definido por Mario Vargas Llosa como dictadura perfecta, y si bien el término tuvo un gran éxito
mediático, no por ello deja de ser algo exagerado. Si tan perfecto era, si tan reciente es el inicio de la transición mexicana, como también se dice, cómo se explica que el Partido de Acción Nacional (PAN)
controlara las gobernaciones de varios Estados, o que se desarrollara el Instituto Federal Electoral (IFE) del modo en que se hizo. Es verdad que el presidente Zedillo tuvo un papel determinante a la hora de hacer posible la alternancia, pero pese a
todas las críticas recibidas y a lo infumable de su último y mastodóntico libro, no debe olvidarse a Carlos Salinas de Gortari en esta historia.
Los cómputos de la elección presidencial mexicana confirman la alternancia política en México, gracias al triunfo de Fox, el singular candidato que concurrió a las elecciones con las siglas del PAN, pero cuya
actitud dista mucha de la ortodoxia partidaria. Para acentuar esta tendencia hay que recordar que los amplios resortes del sistema presidencialista mexicano le dan un margen de maniobra y un grado de autonomía respecto "a su partido"
aún mayor que el que tuvo en la campaña electoral. Éstas fueron las elecciones más disputadas desde la Revolución Mexicana, como prueba el alto grado de incertidumbre que acompañó todos los
pronósticos preelectorales. La alta participación registrada (63,96%), menor que el 78,5% de 1994, muestra el estado de movilización electoral de la sociedad mexicana y sus fuertes deseos de cambio, más profundos de lo que
cualquier encuesta ha podido detectar. Con una participación menor, las opciones del PRI hubieran sido mayores. Esta elección demuestra una vez más que las claves del triunfo electoral no están en el fraude ni en la
manipulación sino en la participación y en la movilización de la ciudadanía, dos variables centrales para explicar el triunfo de Fox. Las elecciones han mostrado una importante fragmentación de los resultados.
Mientras Fox conquistó claramente la presidencia, el PAN no obtuvo la mayoría en ninguna de las dos cámaras y la jefatura del Distrito Federal correspondió a Manuel López Obrador, del PRD. El PRI se mantiene como el
partido con mayor representación parlamentaria tanto en el Congreso como en el Senado. En el Congreso, sobre un total de 500 diputados, el PAN tiene 207 escaños, frente a 211 del PRI y 51 del PRD, correspondiendo los 31 restantes a 5
opciones minoritarias. En el Senado, sobre 128 bancas, el PRI tiene 60, por 46 del PAN y 15 del PRD. Los partidos menores tienen 7. El reparto de poder también se observa en el DF, donde pese a haber ganado la Jefatura, el PRD no logró
la mayoría absoluta en la Asamblea de Representantes de la ciudad de México.
El resultado es de capital importancia tanto para México como para el conjunto de América Latina. En momentos en que desde los Andes y otros países de la región llegan noticias y rumores sobre las amenazas potenciales y
reales a la democracia, lo ocurrido en México es un poderoso balón de oxígeno para todos quienes apuestan por el libre juego de los partidos y las instituciones, sin tutelas ni condicionamientos de ningún tipo. La buena
nueva de la alternancia mexicana es un importante aviso para aquellos que se sienten tentados a seguir el camino del chavismo venezolano o de la narcoguerrilla colombiana.
Durante la campaña electoral las promesas de Fox abarcaron un amplio espectro de la realidad. Dado el carácter cuasi ilimitado de los recursos disponibles por la presidencia, una realidad que los presupuestos de 2001 se han encargado
de desmentir, todo estaba al alcance de la mano: eliminar la pobreza, combatir la marginalidad, modificar la administración sin echar a la calle a ninguno de los cientos de miles de los empleados públicos, mejorar la enseñanza o
solucionar el problema de Chiapas en diez minutos, por limitar a una cifra de por sí interminable. Aquí asoman algunos elementos de preocupación, ya que, por lo general, la gestión del PAN y del PRD allí
donde gobernaban no distaba mucho de lo que ocurría en los estados en manos del PRI. Los vicios de la política mexicana eran similares. Sin embargo, la alternancia producida es en sí misma un valor capaz de revolucionar al
conjunto de la política mexicana. Una política que deberá acostumbrarse a nuevos códigos y a nuevos métodos, especialmente con un poder cada vez más repartido entre los diversos actores. Mientras el PRD
mantiene el control del Distrito Federal, el Congreso queda sumamente fragmentado, dificultando la obtención de las claras mayorías necesarias para gobernar con tranquilidad. A esto se suma una desigual distribución del voto en
las distintas regiones del país. No hay dudas de que el nuevo gobierno deberá hacer de la necesidad virtud y aprender el arte de la negociación y de la persuasión, vital para la aprobación de las leyes y de los
presupuestos.
Todavía es pronto para ver cómo evolucionará el mapa electoral y las facturas que los resultados del comicio pasarán a los participantes, aunque los resultados en las elecciones de gobernador en los estados de Chiapas y
Tabasco auguran cambios importantes en un futuro no muy lejano. Sin duda, el sistema político mexicano ha conocido un verdadero cataclismo, pero es evidente que ha superado la prueba de forma notable. Queda por ver qué deparará
el futuro y la forma en que los partidos, los nuevos y los viejos, se adaptarán a la nueva realidad y si son capaces o no de articular programas de gobierno y de oposición adecuados a la actual coyuntura, distinta e igual a la vez a la
existente hasta el 2000. Queda por ver que el sistema de partidos, incluyendo a los emergentes Partido del Centro Democrático y Democracia Social, se consolide en México. El PRI debe avanzar en su proceso de democratización
interna y reforzar sus estructuras dirigentes y militantes sin el maná del gobierno federal. Lo mismo debe hacer el PRD, especialmente cuando ha llegado el momento de que su máximo dirigente, Cuauhtémoc Cárdenas, dé
finalmente el paso al costado que la sociedad reclama. De la supervivencia de los partidos depende en gran medida el futuro de la democracia mexicana. Los principales actores ya han dado un primer paso, pero todavía queda un largo camino que
recorrer.
Mucha gente, durante mucho tiempo, ha pensado que el problema de México era el PRI. A partir de ahora veremos claramente cómo el problema es el Estado y la sociedad mexicana, adaptados a una forma de vida que durante años les
fue cómoda. De ahí el gran apoyo social y la longevidad del régimen. Por eso, Fox tiene que dar respuestas claras a la sociedad mexicana, para que ésta lo acompañe en su empresa. También debe enviar mensajes
claros al Estado, que sin lugar a dudas tiene que completar su transformación, una transformación iniciada por el PRI, pero que, como suele ocurrir, otros deben completar.
En las elecciones posteriores a julio se han producido algunos datos de interés. Así, por ejemplo, en Chiapas, el candidato de la Alianza por Chiapas, el ex príista Pablo Zalazar, derrotó al candidato del PRI por seis
puntos de diferencia. Según algunos analistas se trata del primer paso para la pacificación de la región, aunque hasta ahora la retirada del ejército federal sólo ha permitido la reedición, aunque a una
escala menor, de la famosa zona de despeje que el presidente Pastrana regaló a las FARC. En las elecciones de Veracruz, el PRI logró la mayoría en el Congreso local y en las municipales ganó 140 alcaldías, por 30
del PAN y 20 del PRD, lo que muestra que si sus dirigentes no se empeñan en lo contrario, un PRI renovado tendría todavía bastantes cosas que decir. Mientras tanto, las confusas elecciones a gobernador del Estado de Tabasco
siguen sin resolverse y a medio plazo la situación de indefinición y el uso extemporáneo del compadreo y el caciquismo podrían suponer un traspié en el proyecto de Madrazo por hacerse con el control absoluto del
PRI.
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